Page 212 - El Increible Hombre Menguante - Richard Matheson
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hacerlo.  Las  frases  se  mezclaban  unas  con  otras


            como  turbios  riachuelos  de  prosa.  La  página  se


            oscureció con cientos de palabras unidas. Suspiró,


            y  se  movió  desasosegadamente  en  el  asiento.  La


            muchacha acudió a satisfacer su deseo, y sus senos,


            como naranjas de resistente piel, se libraron de la


            blusa de seda que los aprisionaba.



                   Alejó la escena de su imaginación con un airado


            suspiro. «Eso no», se ordenó.


                   Dobló las piernas y las rodeó con ambos brazos,


            apoyando la barbilla en las rodillas. Parecía un niño


            pensando en Santa Claus.


                   La  muchacha  se  estaba  quitando  la  blusa


            cuando él corrió la cortina sobre su impuesta falta


            de delicadeza. La mirada tensa volvió a adueñarse


            de  su  rostro,  la  mirada  de  un  hombre  que  ha



            encontrado inútil el esfuerzo y se ha decidido por la


            impasibilidad.  Pero,  en  su  interior,  como


            amenazadora lava de entrañas volcánicas, el deseo


            seguía bullendo.


                   Cuando oyó cerrarse fuertemente la puerta del


            porche trasero y las voces de Beth y la muchacha


            resonaron  en  el  patio,  se  deslizó  de  la  silla  con



            repentina excitación y corrió al montón de cajas que


            había junto al depósito de combustible. Permaneció


            allí  un  momento,  con  el  corazón  latiéndole


            apresuradamente.  Después,  y  como  su  mente  no






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