Page 104 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 104
ansiosas en zonas con un índice todavía elevado de
radioactividad, terminaban con la muerte de sus
imprudentes compradores. Y no era una muerte
piadosamente rápida, sino una lenta y terrible
destrucción que a veces duraban años.
Al mirar al joven moreno ‐en realidad, gravemente
quemado‐, Adams pensó en su propia suerte. Él estaba ya
bien establecido en una villa construida hacía tiempo, con
bien cuidadas plantaciones a su alrededor, lo que le
proporcionaba un verdadero parque natural. Había
penetrado en la zona caliente de la costa occidental, al sur
de San Francisco, pero cuando ya no era peligrosa, según
informe de los agentes de Foote. Ello le costó una fuerte
suma, pero el resultado valía la pena. Bastaba con ver el
caso de Lantano.
Cuando se hubiera acabado la hermosa villa de éste, su
gran palacio de piedra edificado con materiales
recuperados de las ruinas y con el hormigón que había
quedado de la ciudad de Cheyenne, para entonces ya
habría muerto.
Y su muerte, según las leyes establecidas por el Consejo
de Reconstrucción, dejaría las tierras de nuevo a la
disposición del mejor postor; una nube de hombres de
Yance se precipitaría sobre la propiedad para
disputársela. Ultima y patética ironía, a los ojos de
Adams: la lujosa villa del joven, construida a un precio
tan elevado ‐el de su propia vida‐ pasaría a manos de
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