Page 105 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 105
alguien que ni siquiera tendría que hacer obras ni dirigir
los trabajos de un equipo de robots día tras día...
‐Pero supongo ‐dijo Adams‐ que dejas Cheyenne tanto
tiempo como lo autoriza la ley.
Según las leyes territoriales promulgadas por el Consejo
de Reconstrucción, los propietarios tenían que pasar doce
de cada veinticuatro horas en sus nuevas moradas.
‐Vengo aquí a trabajar, como ves, y como estoy
haciendo ahora. ‐Con estas palabras Lantano regresó ante
el teclado de Megavac 6‐V, seguido de Adams‐. Como tú
dices, Adams; tengo una misión que cumplir. Y espero
vivir lo suficiente para realizarla.
Lantano volvió a sentarse ante el teclado y se puso a
mirar su original.
‐Bien, pero veo que al menos no se han mermado tus
facultades intelectuales ‐observó Adams.
‐Gracias ‐le contestó Lantano, con una sonrisa.
Durante una hora Joseph Adams permaneció en pie
junto a Lantano mientras éste pasaba su discurso al
Megavac 6‐V. Al leerlo todo y después, cuando el texto
pasó del Megavac al simulacro, al oírlo pronunciado por
la digna y paternal figura de sienes plateadas que
encarnaba a Talbot Yancy, experimentó un abrumador
sentimiento de desprecio hacia su propio discurso. ¡Cómo
contrastaba con aquél!
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