Page 106 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 106
Lo que había guardado en su cartera era un ejercicio
propio de un principiante. Le dieron ganas de irse sin que
nadie le viese, de desaparecer.
¿De dónde sacaba aquellas ideas un joven, casi un
mozalbete, quemado por la radiación y que recién
empezaba a trabajar con Yance?, se preguntó Adams. Y
aquella enorme facilidad para expresarlas. Y aquel
conocimiento exacto de lo que haría el Megavac con el
texto... y de cómo saldría de la máquina para pasar a los
labios del simulacro sentado ante las cámaras. ¿No se
necesitaban años para aprender todo eso? El al menos los
necesitó. Empezó por escribir una frase y, después de
examinarla, tratar de saber aproximadamente ‐es decir,
con precisión suficiente‐ cómo sería, cómo sonaría en la
etapa final de procesamiento. O sea, dicho de otro modo,
lo que las pantallas de televisión comunicarían a los
millones de seres humanos que vivían bajo tierra, que
veían y creían, que eran engañados una y otra vez por los
pomposos textos que les preparaban.
Textos completamente huecos, desprovistos de
sustancia, pensó Adams. Aunque no era exactamente así;
por ejemplo, tal definición no se aplicaba al discurso
redactado por el joven Dave Lantano. Aquel texto
reforzaba la ilusión esencial; en realidad, tuvo que
admitir Adams a regañadientes, la fingida realidad de
Yancy incluso quedaba sublimada. Pero...
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