Page 117 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 117
trasladarse del edificio de la Quinta Avenida 580 al
titánico depósito de materiales de consulta de la Agencia.
Eran en realidad los archivos oficiales que albergaban
todos los datos del conocimiento humano anteriores a la
guerra, conservados y fijados a perpetuidad y por
supuesto instantáneamente disponibles para cualquier
miembro de la minoría privilegiada de la que él formaba
parte.
Y ahora necesitaba con urgencia efectuar una consulta.
Al llegar a la gran estación central se puso en la cola, y
cuando se encontró frente al combinado compuesto por
un robot modelo XXXV y un Megavac 2‐B que hacía las
veces de mónada dirigente del laberíntico organismo
formado por bobina tras bobina de microcinta (veintiséis
tomos de enciclopedia reducidos al tamaño de un yo‐yo,
con la forma, el diámetro y el peso de éste), dijo en tono
que a él le pareció bastante plañidero:
‐Ejem... estoy un poco confuso. No busco ninguna
fuente particular de información, como por ejemplo el De
Rerum Natura de Lucrecio, las Cartas Provinciales de Pascal
o El Castillo de Kafka...
Estas obras habían sido consultadas por él
anteriormente, y habían moldeado su espíritu junto con
el perenne John Donne y los no menos sempiternos
Cicerón, Séneca y Shakespeare, sin mencionar otras
grandes figuras.
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