Page 118 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 118
‐Su llave de identidad, por favor ‐dijo la mónada
dirigente de los archivos.
Introdujo su llave en la ranura; quedó allí registrada y
la mónada, tras consultar su banco de memoria, recordó
todas las fuentes que él había consultado en el pasado, y
en qué orden: así tenía una imagen completa de todos sus
conocimientos. Desde el punto de vista de los archivos,
ahora la mónada tenía un conocimiento ilimitado acerca
de él, y en consecuencia podía identificar ‐o así lo
esperaba Adams‐ el punto siguiente en la evolución de su
vida mental, como entidad orgánica y en constante
crecimiento que era: el desarrollo histórico de Adams
como un ser dotado de razón y conocimiento.
El no tenía ni la más remota idea de cuál iba a ser el
punto siguiente de la curva; el texto de David Lantano le
hizo sentir que el mundo se hundía bajo sus pies, y a la
sazón estaba completamente aturdido y desorientado...
Su carrera profesional se hallaba en crisis, quizá por
última y crítica vez. Se enfrentaba, al menos en potencia,
con lo que más temían cuantos escribían discursos para el
simulacro de Talbot Yancy: el colapso de sus facultades.
Que se agotase su capacidad de programar el Megavac, o
de programar lo que fuese.
La mónada dirigente de los archivos oficiales de la
Agencia emitió unos cuantos chasquidos, como si hiciera
castañetear unos dientes electrónicos, y luego dijo:
‐Señor Adams, no se alarme por lo que voy a decirle.
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