Page 112 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 112
los tanques Talbot Yancy, el Protector sintético e
inexistente en realidad (es decir, lo que les diría dentro de
quince días, cuando la cinta hubiese sido escuchada en
Ginebra, donde sin duda le pondrían el visto bueno)‐, no
es bastante. Vuestras vidas son incompletas, en el sentido
que dio Rousseau a esta palabra cuando dijo que el
hombre había nacido libre, pero que vivía encadenado en
todas partes». Sólo que aquí, en la época que les había
tocado vivir, había señalado el discurso, ellos habían
nacido en la superficie de un mundo y ahora esa
superficie, con su aire, su sol, sus montañas, sus mares,
sus ríos, sus colores y sus matices, y hasta con sus olores,
les había sido arrebatada, viéndose obligados a vivir en
una especie de submarinos o de latas de conserva (era una
metáfora), hacinados en cubículos, alumbrados con luz
artificial, respirando un aire viciado que pasaba una y
otra vez por sistemas depuradores, escuchando la música
grabada obligatoria y sentados todo el día ante la cadena
de montaje para fabricar robots destinados a un fin que...
pero al llegar aquí Lantano tuvo que interrumpirse. No
podía decirles: A un fin que vosotros no sabéis. Para que
cada uno de los que vivimos aquí arriba pueda aumentar
el número de sus servidores, el séquito que nos
acompaña, que nos sigue, que realiza excavaciones para
nosotros, que construye, desbroza y almacena... habéis
hecho de nosotros unos señores feudales que viven en sus
castillos, y vosotros sois los nibelungos, los enanos que
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