Page 128 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   128


              ¿Qué decisión? La cultivada voz del actor profesional

           susurró a los oídos de Joseph Adams:


              «En este lugar y en este instante se selló el acuerdo que

           había de decidir la suerte futura de la humanidad y de

           generaciones aún no nacidas».


              ‐¡Muy  bien! ‐exclamó  Adams  en  voz  alta,  dando  un

           susto al inofensivo hombre de Yance que manejaba otra

           moviola a su lado.


              ‐Perdone ‐dijo Adams disculpándose, y luego pensó, sin

           manifestar esta vez su pensamiento en voz alta: «Vamos,

           Fischer. Veamos lo que te traes entre manos. No te limites


           a decírnoslo: enséñanoslo. Da la cara o cállate. Demuestra

           la tesis fundamental de este interminable Documental o


           vete al cuerno».

              Y  sabía,  por  haberla  visto  ya  tantas  veces,  que  el

           realizador de la película iba a demostrarlo.


              ‐Joe ‐dijo a su lado una voz femenina, sobresaltándolo y

           sacándolo de su tensa atención. Se incorporó en el asiento,


           miró y reconoció a Colleen.

              ‐Espera ‐dijo  a  su  amiga‐.  No  digas  nada.  Sólo  un

           segundo.


              Y  volvió  a  fijar  su  vista  en  la  diminuta  pantalla,  con

           miedo y fervor. Como un pobre habitante de los tanques,

           se  dijo,  que  en  su  terror  claustrofóbico  cree  que  ha


           contraído  el  mal  del  encogimiento  hediondo,  la

           enfermedad  que  con  su  hedor  anuncia  el  hálito  de

           muerte. Pero Joseph Adams sabía que él no creía en tales




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