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material de guerra a los puertos del norte de Rusia, serán
comunicadas puntualmente al almirante Canaris, jefe de
los Servicios de Información germanos, a fin de que los
submarinos nazis puedan hundirlos durante la travesía
del Atlántico. Recordarás las borrosas tomas hechas con
teleobjetivo por aun camarada del Partido infiltrado entre
el personal de la «Casa Blanca», donde aparecen Hitler y
Roosevelt juntos en un sofá: Roosevelt le asegura a Hitler
que no tiene por qué preocuparse; que los bombardeos
aliados se harán de noche a fin de errar los objetivos, y
que toda la información procedente de Rusia sobre planes
militares, movimientos de tropas soviéticas y otros datos
de interés será conocida por Berlín a las veinticuatro
horas de llegar dicha información a Inglaterra y los
Estados Unidos vía España.
‐Ambos hablan en alemán ‐dijo Colleen‐. ¿Es eso?
‐No ‐replicó él, colérico.
‐¿En ruso, pues, para que el público a que va destinado
pueda entenderlo? Hace tanto tiempo que la vi.
Adams dijo con aspereza:
‐El error técnico aparece durante la llegada de Hitler a
la base secreta de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos
en las cercanías de Washington D.C. Es increíble que
nadie haya reparado en ello. En primer lugar, durante la
Segunda Guerra Mundial no existió ninguna Fuerza
Aérea de los Estados Unidos.
Ella le miró asombrada.
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