Page 146 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 146
luminosidad que lo bañaba todo. Furioso, sacudió el
intercomunicador; de pronto le pareció más importante
reanudar el contacto con el tanque que continuar con su
misión... Dios mío, pensó, estoy aislado de mi mujer, de
mi hermano y de mi pueblo...
Su deseo de regresar obedecía al pánico, que le hacía
agitarse como un escarabajo: se puso a arrojar tierra y
piedras hacia la superficie, mientras más tierra y más
piedras caían por el túnel... por último salió,
arrastrándose y agarrándose a la tierra llana de la
superficie horizontal, ilimitada. Y quedó tendido,
pegándose al suelo con todas las partes de su cuerpo
como si quisiera imprimir en él su forma. «Dejaré una
impresión ‐pensó alocadamente‐. Una huella del tamaño
de un ser humano, que nunca se borrará, aunque yo
desaparezca».
Abrió los ojos y miró hacia el norte... era fácil saber
dónde estaba el norte; se lo indicaban las rocas y la hierba,
las matas parduscas y resecas, de un aspecto macilento,
de hierba enferma que crecía debajo de él y a su
alrededor; el campo polar lo atraía todo, hacía que todas
las formas de vida mirasen hacia él... y luego alzó los ojos
y le sorprendió ver que el cielo no era azul, sino gris. Será
a causa del polvo, pensó. Del polvo originado por la
guerra; las partículas continúan en suspensión. Se sintió
decepcionado.
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