Page 145 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
P. 145
La penúltima verdad Philip K. Dick 145
‐Lo único que tengo que decir es que... ‐y se calló; ¿qué
necesidad había de decirlo? Ya les había dicho antes lo
que pensaba de ellos y no era necesario repetírselo. Sin
embargo... soy su presidente electo, se dijo, y los
presidentes electos, aunque lo sean de un tanque
subterráneo nada más, no pronuncian palabrotas
oficialmente. Siguió cavando. El intercomunicador
permaneció silencioso; su mensaje había llegado allá
abajo, y todos lo habían comprendido.
Diez minutos después, una luz brilló sobre su cabeza;
una masa de tierra, raíces y piedras cayó sobre su rostro,
y aunque la máscara, la visera y en realidad todo el casco
le protegía, él se encogió momentáneamente asustado.
¡La luz del sol! Era horrible, grisácea y tan fuerte, que
suscitó en él una inmediata aversión. Trepó ayudándose
con las manos crispadas, y tratando de herirla como si
fuese un ojo, un ojo perpetuamente abierto. La luz del sol.
El ciclo nictemeral otra vez, después de quince años. Si
fuese capaz de rezar, pensó, lo haría. Rezaría pensando
que la vista de aquella antiquísima deidad, el sol, no era
anuncio de muerte; que viviría lo suficiente para ver de
nuevo aquel ritmo de día y noche, y no sólo su abrasadora
y mortal presencia.
‐He salido a la superficie ‐dijo por el intercomunicador.
No hubo respuesta. Quizá se había agotado la batería...
pero la luz frontal de su casco seguía brillando, aunque
ahora empequeñecida en comparación con la
145

