Page 144 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   144


           «Ojalá me hubiera detenido Dale Nunes», pensó. «Cómo

           iba yo a saber que tendría tanto miedo».


              Pensó  que  aquél  debía  ser  el  mecanismo  que

           desencadenaba  la  paranoia  psicótica.  La  aguda  y

           desagradable sensación de estar siendo observado. Llegó


           a la conclusión de que era la sensación de estar siendo

           observado. Llegó a la conclusión de que era la sensación

           más  fea  que  nunca  había  conocido;  en  ella,  incluso  el


           miedo carecía de importancia; el factor dominante, lo que

           llegaba a hacerse insoportable, era la sensación de llamar

           la atención.


              Puso en marcha la pala automática; con un chirrido, ésta

           se puso de nuevo a excavar; sobre su cabeza la tierra y la


           roca se pulverizaban, se quemaban para convertirse en

           energía o en lo que fuese... un producto de desecho como

           una fina ceniza salía por la parte posterior del aparato...


           esto  era  todo.  El  metabolismo  metabólico  de  la

           excavadora había digerido lo demás, y gracias a esto el


           túnel no quedaba lleno de escombros bajo sus pies.

              En consecuencia... podía regresar.

              Pero no regresó. Siguió avanzando.


              El diminuto altavoz del intercomunicador que le unía

           con los miembros del comité reunidos en el tanque Tom

           Mix, habló:


              ‐Oiga,  presidente  Saint‐James:  ¿está  usted  bien?

           Llevamos una hora sin recibir noticias de usted.

              El respondió:




                                                                                                             144
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