Page 150 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 150
El robot que le había sujetado por detrás lo estaba
apartando del túnel a toda prisa, y el otro, aun averiado,
se las arreglaba para cerrar la boca del túnel. Enfocaba un
rayo contra el suelo, y la tierra, las piedras y las hierbas
hervían y se vaporizaban; entre nubes de vapor, la
entrada quedó por último oculta, cegada y cerrada. De
pronto el robot dejó de arrastrarlo. Se detuvo, le obligó a
ponerse de pie, le arrancó el intercomunicador y lo
aplastó con su extremidad inferior. Luego,
sistemáticamente, le despojó de todo cuanto llevaba: la
pistola, el casco, la mascarilla, la botella de oxígeno, el
traje de astronauta... todo lo hizo tiras y añicos hasta que,
satisfecho de su labor, se detuvo.
‐¿Sois robots soviéticos? ‐le preguntó Nicholas,
jadeante.
Evidentemente lo eran. Ningún robot de la Wes‐Dem
habría actuado de aquel modo...
Y entonces vio en el pecho del robot, no unas letras en
alfabeto cirílico, no unas frases en ruso, sino en inglés.
Unas palabras claramente pintadas, hechas sin duda con
una plantilla y un pincel... pero no en uno de los tanques;
aquel rótulo fue pintado posteriormente, cuando el robot
fue enviado a la superficie desde los talleres subterráneos.
Incluso era posible que aquel robot hubiera sido
construido en el Tom Mix, pero aquello quedaba atrás,
todo había cambiado, porque el rótulo pintado en su
pecho rezaba:
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