Page 143 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 143
Quizá había sido detectado ya, incluso antes de salir
afuera. Las vibraciones de su pequeña pala portátil,
recalentada y casi rota, podían traicionarle. O su
respiración. O... siempre volvía a lo mismo, a la grotesca
dificultad principal que era la base misma de la vida... o
su calor corporal habría activado una mina autónoma (las
había visto por televisión). Tal vez la mina ya se había
desprendido en el lugar donde fue enterrada para hacerla
invisible... y se estaría arrastrando sobre las ruinas que
cubrían la superficie de la tierra como restos de una orgía
nocturna gigantesca, aberrante, en la que todos quedaron
ahítos y tumbados por el suelo. Se arrastraría hasta
coincidir con él y localizarlo en el lugar, en el punto
exacto por donde surgiría.
La perfección absoluta, pensó, la sincronización
perfecta de espacio y tiempo, la coincidencia de
coordenadas entre él y la mina. Entre su propio recorrido
y la trayectoria de la mina.
Sabía que estaba allí. A decir verdad, lo supo tan pronto
como penetró en el túnel para ser encerrado
inmediatamente en él desde abajo.
Condenados activistas ‐masculló‐, aquí os quisiera ver
yo ahora, a todos los del comité.
La mascarilla de oxígeno ahogaba sus palabras, que
apenas llegaban a sus propios oídos; las notaba como una
vibración que le llegaba a través de sus huesos faciales.
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