Page 147 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 147
Dirigió su atención al suelo. Algo vivo se movía sobre
su mano: era un ser quitinoso que le causó admiración; lo
recordaba por haberlo visto en otros tiempos. La hormiga
sujetaba una pequeña partícula blanca entre sus
mandíbulas y él la vio alejarse; las hormigas no eran muy
inteligentes como especie, pero al menos habían logrado
sobrevivir. Y... se habían quedado allá arriba; quince años
atrás no huyeron. Afrontaron el Dies Irae, el Día de la Ira,
y aún seguían allí. Prueba de ello era aquel ejemplar,
aquel representante de la especie; en ella no contemplaba
a una hormiga, sino a todas las hormigas, eternamente,
como si hubieran perdurado fuera del tiempo.
Por su altavoz se oyó entonces:
‐Presidente Saint‐James, ¿ha conseguido salir?
La voz que surgía del minúsculo aparato denotaba una
gran excitación.
‐Sí, ya he salido.
‐Por favor, cuéntenos lo que ve.
‐En primer lugar ‐dijo‐ veo un cielo gris a causa de las
partículas en suspensión. Es algo más bien
decepcionante.
‐¡Sí, es una pena!
Sus oyentes estarían apiñados en torno al altavoz.
Nicholas prosiguió:
‐No puedo ver gran cosa. A mi derecha quedan las
ruinas de Cheyenne; veo un par de edificios que aún
están en pie, pero lo demás parece en ruinas. Estas
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