Page 158 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
P. 158
La penúltima verdad Philip K. Dick 158
ni nada que hablase o pensase, ni siquiera seres
mecánicos artificiales. Un silencio total y absoluto
reemplazó ala actividad de los dos robots que se
disponían a darle muerte, y él no pudo por menos de
alegrarse y de experimentar un intensísimo alivio al
verlos destruidos, aunque no comprendía lo que había
pasado. Miró en todas direcciones, como había hecho el
robot intacto, y lo mismo que éste no vio nada sino las
peñas, los hierbajos y, a lo lejos, las ruinas de Cheyenne.
‐¡Eh! ‐gritó con voz estentórea, y se puso a caminar de
un lado a otro, buscando a su benefactor, y mirando al
suelo como si aquél pudiera tener el tamaño de una
mosca o un escarabajo, de algo insignificante que casi
pudiera pisar. Pero nada encontró. Y el silencio no se
rompía.
Hasta que retumbó en el espacio una voz amplificada
por un megáfono:
‐Vaya a Cheyenne.
Él dio un brinco y se volvió; el hombre que había
hablado estaba escondido detrás de una roca. ¿Por qué?
‐En Cheyenne ‐dijo aquella voz retumbante‐ encontrará
usted a los antiguos habitantes de los tanques, que
ascendieron con anterioridad. No son del suyo, por
supuesto, pero le acogerán bien. Le franquearán la
entrada a los profundos sótanos donde apenas se dejan
sentir los efectos de la radiactividad, y estará a salvo hasta
que decida lo que desea hacer.
158

