Page 163 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   163


           causa  de  algún  arte  de  brujería  tecnológica,  habían

           conseguido  pasar  totalmente  desapercibidos.  Estaban


           chamullados, pensó; un método muy antiguo empleado

           en espionaje... se confundían con el papel de las paredes.

              Brose dijo entonces:


              ‐Nadie  la  mató;  falleció  de  un  ataque  cardiaco.

           Trabajaba  demasiado;  por  desgracia,  fue  a  causa  de  la

           fecha  de  entrega  que  le  habíamos  fijado.  Es  una  pena,


           porque era una chica muy valiosa; basta ver la calidad de

           su trabajo.

              E indicó con su índice, parecido a una fláccida salchicha,


           las fotocopias de sus dibujos originales.

              Con cierto titubeo, Lindblom empezó a decir:


              ‐Yo...

              ‐Es la pura verdad ‐le atajó Brose‐. Si quiere puede ver

           el certificado de defunción de Arlene Davidson; tenía su


           mansión en Nueva Jersey. Usted la conocía, ¿no?

              ‐Sí, puede ser cierto ‐dijo Lindblom al fin, dirigiéndose


           exclusivamente  a  Adams‐.  Es  cierto  que  Arlene  tenía

           hipertrofia de corazón y que los médicos le prohibieron

           trabajar  demasiado.  Pero  ellos... ‐y  dirigió  una  furiosa


           mirada  a  Brose,  que  dejó  a  éste  impertérrito‐,  ellos  la

           obligaron a trabajar tanto que se mató. Querían todo ese

           material a plazo fijo. ‐Y siguió diciendo a Adams‐: Es lo


           mismo  que  hacen  con  nosotros.  Yo  ya  hice  lo  que  me

           encargaron; trabajo muy deprisa cuando hace falta. Pero,







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