Page 166 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 166
ante él, pensó Adams. Se descubría por haber tenido el
valor de formularla. Nunca se sabe, se dijo; no se puede
menospreciar a nadie, por gris y servil que parezca.
Muy serio y a regañadientes, Lindblom volvió junto a la
mesa donde estaban las falsificaciones. Habló en voz baja
y lenta, maquinalmente, en tono apagado:
‐Sin embargo, Joe, tengamos presente que Runcible
efectuará inmediatamente una datación radiocarbónica
de estos objetos. Eso quiere decir que no basta con que
parezcan tener seiscientos años de antigüedad, sino que
deberían ser antiguos de verdad.
‐Como comprenderá ‐dijo Brose a Adams‐, no
podíamos limitarnos a encargar unos artefactos flamantes
y nuevecitos. Lo mismo que los artículos que usted
escribirá para esa revista, tienen que ser viejos. Y salta a
la vista que no lo son.
Porque la edad, pensó Adams mientras escuchaba a
Brose, no puede falsificarse; Runcible descubriría la
trampa. Eso quiere decir que los rumores que circulan son
ciertos. Volviéndose a Brose, dijo:
‐Entonces, ¿son ciertos esos rumores que circulan acerca
de una máquina del tiempo? Los he oído muchas veces,
pero no sabía a qué atenerme.
‐Sí, la máquina llevará esos objetos al pasado ‐contestó
Brose‐. Puede trasladar cosas al pasado, pero no hacerlas
regresar; funciona en una sola dirección. ¿Sabe usted por
qué es así, Verne? ‐dijo, mirando de soslayo a Lindblom.
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