Page 165 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 165
Pero son para ti, viejo y babeante saco de grasa, que ya
estás medio podrido; necesitas todos los corazones
artiforg que quedan para mantener en funcionamiento
esa carroña ambulante. Es una lástima que
desconozcamos los procesos de fabricación de aquel
único constructor de antes de la guerra, que fabricaba
bajo patente... es una verdadera lástima que no podamos
producir un corazón tras otro en los talleres de la
Agencia, o enviar un pedido a uno de los mayores
tanques subterráneos, para que nos sirvan una remesa de
ellos».
»Desde luego ‐pensó‐ nosotros podríamos fabricar aquí
un corazón. Pero... sería un corazón falsificado: tendría el
mismo aspecto que un corazón artificial, latiría lo
mismo... pero después de trasplantarlo quirúrgicamente,
sería tan inútil como todo lo que aquí fabricamos. Y al
paciente sólo le quedarían unas horas de vida».
»Nuestros productos ‐pensó con semblante grave‐ sólo
sirven durante un tiempo ínfimo. ¡Esto habla mucho en
favor de nosotros, y de nuestra eficacia! ¡Vive Dios!».
Su tristeza aumentó; la infinita y terrible niebla interior
pareció invadir su cerebro mientras permanecía en aquel
salón de la Agencia con su colega Verne Lindblom que,
además de ser un hombre de Yance como él, era también
su amigo, y con su jefe Stanton Brose, y con aquel cero a
la izquierda de Robert Hig que, ante la sorpresa general,
había formulado la única pregunta sensata. Se descubría
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