Page 167 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 167
‐No ‐repuso el interpelado quien, volviéndose a Joseph
Adams, le explicó:
‐Es un arma inventada durante la guerra por una
empresa relativamente pequeña de Chicago. Un misil
soviético destruyó la fábrica con todo su personal. El
resultado es que tenemos la máquina del tiempo pero
desconocemos en qué principio se basa su
funcionamiento y, por tanto, no podemos reproducirla. ‐
Pero lo importante es que funciona ‐comentó Brose‐. Es
capaz de transportar objetos muy pequeños al pasado;
introduciremos en la máquina estos objetos, cráneos,
huesos, todo lo que está en esta mesa, uno a uno; tal
operación se realizará de madrugada en las tierras que
tiene Runcible al sur de Utah... y será asesorada por
geólogos para indicarnos a qué profundidad debemos
depositar los objetos. Una brigada de robots excavaría el
terreno donde los geólogos indiquen. Esta parte del plan
tiene que ser muy exacta, porque si quedaran demasiado
enterrados, los bulldozers automáticos de Runcible no los
encontrarían. ¿Se dan ustedes cuenta?
‐Sí ‐repuso Adams, pensando: Mira que destinar un
invento como éste a semejante uso. Podríamos enviar al
pasado datos científicos, obras de valor inapreciable para
las civilizaciones antiguas... fórmulas de medicamentos...
podríamos prestar una gran ayuda a los pueblos del
pasado; bastaría facilitarles algunos libros de consulta
traducidos al latín, al griego o al inglés antiguo...
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