Page 168 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 168
podríamos evitar guerras, proporcionar medicinas que
cortarían de raíz las grandes epidemias de la Edad Media.
Podríamos comunicarnos con Oppenheimer y Teller,
persuadiéndoles de no inventar la bomba atómica ni la de
hidrógeno... bastarían para ello algunas secuencias
cinematográficas de la guerra que acabamos de pasar.
Pero no; tiene que ser para esto, para preparar un fraude,
para que Stanton Brose consiga más poder. Y en su
origen, el invento en cuestión aún se empleó para cosas
mucho peores. Era un arma de guerra.
Somos una raza maldita, se dijo Adams. El Génesis tenía
razón: estamos marcados por un estigma indeleble.
Porque sólo una raza maldita, marcada por el pecado
original, haría de sus descubrimientos el empleo que
nosotros hacemos.
‐En realidad ‐dijo Verne Lindblom, inclinándose para
tomar en sus manos una de las extrañas armas
«extraterrestres» alineadas sobre la mesa‐, basándome en
lo que sabía de la máquina del tiempo como arma
(aquella pequeña empresa de Chicago la llamaba un
Distribuidor Metabólico Inverso o algo parecido), lo tuve
en cuenta al proyectar estos objetos ‐tendió a Adams un
aparato en forma de tubo‐. El Distribuidor Metabólico
Inverso no llegó a ser utilizado en la guerra ‐dijo‐, por lo
que no sabemos cómo habría funcionado. Pero, de todos
modos, yo necesitaba un modelo para...
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