Page 164 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   164


           ¿y  usted?  ¿No  le  va  a  costar  también  la  vida  esos  tres

           artículos?


              A lo que Adams replicó:

              ‐No tema; no me mataré escribiéndolos.

              «Yo no tengo hipertrofia de corazón ‐se dijo‐; de niño no


           padecí  fiebre  reumática  como  la  pobre  Arlene.  Pero

           aunque  la  hubiese  padecido,  ellos  procurarían

           exprimirme como hicieron con Arlene, aunque pudiera


           serme fatal como dijo Verne. Sólo se preocuparían de que

           muriese después de entregar el trabajo».

              Se sintió débil, impotente y triste. «Nuestra fábrica de


           falsificaciones ‐pensó‐  exige  mucho  de  nosotros;  puede

           que seamos una minoría privilegiada, pero no estamos


           mano  sobre  mano.  Hasta  el  propio  Brose  tiene  que

           mostrarse incansable. Y esto pese a su edad».

              ‐¿Por qué no se le dio un corazón artiforg a Arlene? ‐


           preguntó  de  pronto  Robert  Hig,  con  gran  sorpresa  de

           todos.  Aunque  hablaba  con  cierta  timidez,  ello  no


           disminuía el interés de su pregunta.

              ‐No quedan corazones ‐masculló Brose, contrariado por

           la intervención de Hig.


              ‐Tenía entendido que quedaban dos por lo menos... ‐

           prosiguió  Hig,  pero  Brose  le  interrumpió  con

           brusquedad.


              ‐No hay ningún corazón disponible ‐le corrigió.

              «Dicho de otro modo ‐pensó Adams‐, eso quiere decir

           que  están  en  aquel  almacén  subterráneo  de  Colorado.




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