Page 170 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 170
había confiscado, como había confiscado los artiforgs del
depósito subterráneo de Colorado. Todas las imitaciones
estaban a la disposición de los hombres de Yance. Pero en
cuanto a los artículos auténticos... ésos se los reservaba
Brose para sí. O como en este caso eran excepcionalmente
accesibles a un pequeño equipo empleado bajo su
dirección inmediata en un proyecto secreto. Los demás
hombres de Yance se quedaban completamente in albis.
‐Conque son armas auténticas ‐ dijo Adams,
contemplando absorto y casi intimidado los extraños
artefactos. Hasta ahí había llegado la falsificación‐. Así, yo
podría coger una de ellas y...
‐Claro que, sí ‐dijo Brose con torva sonrisa‐. Podría
usted matarme. Coja la que quiera, apúnteme con ella o,
si está harto de verme, pruébela con su amigo.
Verne Lindblom observó:
‐Esos modelos no funcionan, Joe. Y después de pasar
seis siglos enterrados en el subsuelo de Utah... ‐sonrió,
mirando a Joseph Adams‐. Si pudiera conseguir hacerlos
funcionar, podría ser el dueño del mundo.
‐Así es, en efecto ‐dijo Brose, con una carcajada‐. Y ahora
usted estaría trabajando para Verne, y no para mí.
Tuvimos que recurrir al... ¿cómo lo llamaban?... sí, al
Distribuidor Metabólico Inverso, cuyo prototipo se
guardaba en el archivo de armas avanzadas. Lo que dio a
Verne una buena oportunidad de abrirlo y escudriñar en
su interior, ‐se corrigió inmediatamente‐. No, nada de
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