Page 174 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 174
Pero sospechaba que los psiquiatras berlineses habían
acertado.
A menos que alguien ‐sabe Dios quién podía ser‐
acudiese en ayuda de Louis Runcible, el hombre estaba
perdido.
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A la luz del sol que se filtraba a través de la celosía y la
enredadera que trepaba desde el patio de su villa en
Ciudad del Cabo, Louis Runcible estaba tendido en una
hamaca, escuchando el informe que le presentaba el
agente de Foote, el anónimo mensajero enviado por la
agencia policíaca internacional de carácter privado que
tenía su sede en Londres bajo el nombre de Webster Foote
Limited.
‐El lunes por la mañana ‐decía el hombre de Foote,
leyendo en su informe‐, nuestros aparatos de escucha
captaron una conversación por video entre dos hombres
de Yance: Joseph Adams, que pertenece a la Redacción, y
Verne Lindblom, de la sección de Construcción, es decir,
que realizan modelos para Eisenbludt, aunque
últimamente Brose lo ha destinado a la Agencia de Nueva
York.
‐¿Y se me ha mencionado en esa conversación?
‐No ‐repuso el hombre de Foote.
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