Page 205 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 205
la mañana. Esta vez no había duda: el primer artefacto
había salido a la luz al alcanzar los tres metros de
profundidad.
‐¡Eh, Patterson! ‐volvió a gritar Hig. Pero esta vez
Patterson no se encontraba al alcance de su voz. Hig cogió
un walkie‐talkie y se dispuso a transmitir una llamada
general. Pero luego cambió de idea. Más vale no cantar
victoria demasiado pronto, pensó. Conque hizo como
antes: indicó a la excavadora que se apartase ‐ésta pareció
obedecerle a regañadientes, pues se retiró chirriando,
como si protestase‐ pero esta vez, cuando llegó en dos
zancadas junto al objeto, vio con tremenda excitación que
ahora había acertado: a sus pies, profundamente
empotrada en la tierra, estaba una pistola de forma
extraña. La pala de la excavadora había rozado su
superficie, limpiándola de corrosión y haciendo brillar el
duro metal del arma.
«Adiós, señor Runcible ‐se dijo Hig con júbilo‐. Ahora
voy a ser un hombre de Yance ‐su intuición le decía que
esto era casi seguro‐ y tú, Runcible, darás con tus huesos
en la cárcel; tú que te has dedicado a construir cárceles
para los demás». Hizo una nueva seña a la excavadora,
para indicarle esta vez que se detuviera por completo, y
acto seguido regresó corriendo para coger el walkie‐
talkie, con intención de emitir la clave que detendría
todas las operaciones... y haría que acudiesen al lugar
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