Page 215 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 215
señora Cluny, y lo aspiró por cada uno de sus dos orificios
nasales.
En el corredor público de la planta principal de la
Agencia neoyorquina, después de mirar a uno y otro lado
y cerciorarse de que no había nadie a la vista, Joseph
Adams se introdujo rápidamente en una cabina de
videófono. Cerró la puerta y metió en la ranura una
moneda metálica.
‐Con Ciudad del Cabo, por favor. Quiero hablar con la
villa de Louis Runcible.
Le agitaba un temblor tan violento, que apenas podía
sostener el receptor de audio junto al oído.
‐Siete dólares por los primeros... ‐dijo el operador, que
era un robot muy rápido y eficiente.
‐Muy bien.
Adams se apresuró a introducir una moneda de cinco
dólares y dos de uno en la ranura y luego, cuando se
estableció la conexión, cubrió con su pañuelo la pantallita,
con un impulsivo movimiento, apresurado pero eficaz;
había bloqueado así la porción visual de la transmisión,
dejando sólo la auditiva.
Se oyó una voz femenina:
‐Al habla la señorita Lombart, secretaria del señor
Runcible. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
Joseph Adams contestó con voz ronca que no tuvo que
alterar deliberadamente para hacerla irreconocible:
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