Page 216 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 216
‐Tengo un recado urgentísimo de carácter estrictamente
personal.
‐¿Quién habla, por favor? Diga usted...
‐Imposible ‐murmuró Joseph Adams‐. Puede que la
línea esté intervenida. Puede que...
‐¿Qué desea, señor? ¿No podría decirme de qué se trata?
No se recibe señal visual en absoluto. ¿No podría volver
a llamar por otro canal?
‐Adiós ‐dijo Joseph Adams atemorizado, pensando que
no podía correr aquel riesgo.
‐Espere, señor. Le pongo con el señor Runcible en un
momento...
Adams colgó el receptor.
Sin dejar de temblar, retiró el pañuelo, se puso en pie y
salió de la cabina pública. Bueno, casi lo había
conseguido. Nadie podría afirmar que no lo había
intentado. Estuvo a punto de hacerlo.
¿Y si le pusiera un cable? ¿O una carta especial
certificada, sin firma, hecha con letras recortadas de
periódicos?
«No puede ser ‐se dijo‐; no me atrevo. Lo siento mucho,
Louis Runcible; los vínculos que me atan son demasiado
fuertes. Mis cadenas son demasiado antiguas y apretadas.
Son ya una parte de mí mismo; viven aquí, en mi interior.
Las llevaré toda mí vida de ahora en adelante».
Caminó sin prisa, sintiendo como si le envolviera una
película opaca; le pareció flotar cuando se alejó por el
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