Page 232 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   232


              «Yo me contento con tener lo que poseo ‐se dijo‐. Porque

           si hubiera empezado a mostrar ambiciones, como Brose


           con  su  proyecto  especial,  también  podría  haber  sido

           blanco  del  agresor  desconocido...  que  demuestra  una

           precisión extraordinaria en sus ataques».






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              Al  cabo  de  una  hora,  el  aparato  de  Webster  Foote  se

           posó  en  la  azotea  de  la  mansión  del  hombre  de  Yance


           asesinado.  Poco  después,  seguido  por  los  dos  robots

           especializados que transportaban las pesadas maletas con


           el equipo de detección.

              Foote  bajó  al  vestíbulo  del  piso  superior  de  la  villa,

           cubierto por una mullida alfombra. Ante él apareció un


           impresionante  espectáculo:  una  falange  de  robots

           armados hasta los dientes, montando la guardia ante una


           puerta cerrada. Tras ella yacía el cadáver de su dóminus,

           el  señor  de  la  hacienda.  Y  si  el  robot  tipo  VI  que  los

           mandaba estaba en lo cierto el robot qué aún montaba


           guardia  fuera,  entre  las  tinieblas  nocturnas  el  asesino

           había  quedado  atrapado  en  la  habitación,  en  el  mismo

           lugar del crimen.


              Ello se debía al instantáneo funcionamiento de la alarma

           de muerte, se dijo Foote. La historia ha demostrado de

           forma  trágica  que  nadie,  ni  siquiera  los  más




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