Page 236 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 236
Probablemente fue un dardo homeostático lanzado
directamente al cerebro, al corazón o a los ganglios
superiores de la columna vertebral. Al menos, el hombre
había muerto sin sufrir, se dijo Foote, mirando a su
alrededor. Esperaba encontrar un hombre
completamente desvalido, incapaz de moverse ni hablar,
retorciéndose en paroxismos provocados por reflejos
arrítmicos de la actividad neurológica, por completo
incapaz de defenderse o huir.
Pero en el dormitorio no había nadie sino el muerto. El
difunto, con su semblante apacible, cubierto por sus
sábanas, estaba solo en la habitación... estaba solo con
Webster Foote: no había allí nadie más. Y cuando Foote
se encaminó cautelosamente a la pieza contigua, por cuya
ventana había entrado en la casa el asesino, tampoco vio
a nadie. Avanzaba seguido por sus dos robots; ni él ni
ellos vieron a nadie allí e inmediatamente se pusieron a
abrir otras puertas. Daban a un cuarto de baño con
estupendas baldosas en imitación de mosaico; y había
también dos armarios.
‐Consiguió escapar ‐dijo Foote en voz alta.
Sus dos robots nada dijeron; no había comentario que
hacer.
Regresando junto a la falange de los robots de Lindblom
que vigilaban la puerta del dormitorio, Foote les dijo:
‐Digan al robot tipo VI que vigila fuera que han llegado
demasiado tarde.
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