Page 233 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 233
encumbrados, están a salvo de los asesinos. Pero la
disuasión es posible cuando la captura del asesino sea
ineluctable. Al instante de morir Verne Lindblom, la
maquinaria destinada a cercar y aprehender a su asesino
se puso en marcha y, por tanto, cabía suponer que cuando
él, Webster Foote, abriese la puerta del dormitorio, no
sólo encontraría a un cadáver (confiaba hallarlo intacto),
como había indicado el robot tipo VI, sino también un
asesino profesional armado, dispuesto a vender muy cara
su vida.
Foote se detuvo ante el grupo de robots que, cual perros
fieles, esperaban y vigilaban en un silencio lleno de
dignidad. Volviéndose hacia sus propios robots, les pidió
un arma. Estos dejaron en el suelo las pesadas maletas y
las abrieron, aguardando luego instrucciones más
detalladas.
‐Dadme un proyector de gases nerviosos efímeros para
paralizar temporalmente ‐resolvió Foote‐. Dudo que el
individuo ahí encerrado lleve consigo una botella de
oxígeno con mascarilla.
Uno de sus dos robots le entregó obedientemente un
largo y fino cilindro de mecanismo complicadísimo.
‐Gracias ‐le dijo Foote y, pasando entre el grupo de
silenciosos robots de Lindblom, se acercó a la puerta
cerrada del dormitorio.
Aplicó la punta del cilindro a la superficie de madera de
la puerta ‐evidentemente, ésta había sido amorosamente
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