Page 235 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 235
neutralizador. Por tanto, Foote escogió de entre las armas
de la maleta una pistola de rayos, como arma ofensiva;
luego, tras maduras reflexiones, como siempre hacía
cuando su vida estaba en juego, pidió un abrigo protector
de plástico, feo pero eficaz, que desplegó para cubrirse
con él ayudado por uno de sus robots. Quedó totalmente
protegido por el abrigo, provisto también de mascarilla y
que sólo dejaba al descubierto sus tobillos, sus calcetines
de lana inglesa y sus zapatos marca «Oxford» de
manufactura londinense. Entonces, empuñando la pistola
de rayos, volvió a pasar entre los robots de Lindblom y
acto seguido... abrió la puerta del dormitorio.
‐Luz ‐ordenó al instante. La habitación estaba a oscuras;
no había tiempo para buscar a tientas el interruptor.
Uno de sus robots, soberbiamente entrenado, lanzó sin
titubear a la habitación una bengala para interiores. La
bengala se encendió despidiendo una cálida y
tranquilizadora luz amarilla que iluminaba claramente
cada objeto sin deslumbrar. Allí estaba la cama; en ella,
debajo de las sábanas, estaba Verse Lindblom muerto,
con los ojos cerrados y expresión apacible, como si no se
hubiese enterado de nada, como ignorando el hecho de
su muerte indolora e instantánea. Porque esto era
evidente para Foote: la posición relajada del cadáver, en
decúbito supino, indicaba que para acabar con él se había
elegido uno de los segurísimos instrumentos a base de
cianuro, tantas veces utilizado en el pasado.
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