Page 234 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 234
rescatada de una antigua mansión, lo cual le hizo pensar
un momento en la vanidad de las cosas, en el memento
homo quia pulvis eris y otras ideas melancólicas por el
estilo‐, y acto seguido apretó el gatillo.
La punta del cilindro empezó a girar a gran velocidad,
perforando en un segundo la sólida madera de la puerta,
hasta asomar por el lado opuesto y sellando al mismo
tiempo el orificio con masilla plástica, para que ni una
partícula de gas pudiera afectar al dueño del arma.
Luego, obedeciendo a su propia programación, lanzó una
frágil esfera llena de gas al interior de la habitación. La
esferita cayó en el suelo de la habitación a oscuras, y
ningún poder de la Tierra habría podido impedir que se
rompiese; el significativo ruido fue escuchado
perfectamente por Webster Foote, que inmediatamente
sacó su reloj de bolsillo y se dispuso a esperar. El gas
permanecería activo durante cinco minutos y después,
por una reacción de sus propios componentes, se
convertiría en un gas inocuo. Transcurrido ese plazo, se
podía penetrar en la habitación con toda seguridad.
Pasaron los cinco minutos.
‐Ahora, señor ‐le dijo uno de sus robots.
Webster Foote retiró el cilindro, se lo devolvió al más
cercano a los dos robots y éste lo depositó de nuevo en la
maleta. Sin embargo, no había que descartar la remota
posibilidad de que el asesino estuviese preparado para
contrarrestar aquella arma con un producto
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