Page 240 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 240
A continuación el robot de Lindblom, que por fin había
logrado abrir la caja empotrada en la pared del armario,
le pasó otra información:
‐El receptor de ondas cerebrales ha recogido y ha
grabado con carácter permanente la presencia de...
‐Un hombre ‐añadió Foote‐. Que pasó frente a él y
emitió ondas cerebrales del tipo alfa.
‐La grabadora de sonido, por su parte, contiene...
‐El hombre habló ‐dijo Foote‐. Vino aquí para matar a
su víctima dormida, y, sin embargo, habló lo bastante alto
como para grabar su voz en la cinta magnetofónica.
‐Y no sólo habló con voz fuerte ‐comentó el robot‐ sino
bien clara, además. ¿Quiere que rebobine para hacerle oír
ahora mismo esta parte de la cinta?
‐No hace falta. Más adelante.
Uno de sus propios robots exclamó con un tono triunfal
en su voz aguda y metálica:
‐¡Tres cabellos humanos, que no son de la víctima!
‐Seguid buscando ‐dijo Foote. Encontrarían más huellas
que permitirían identificar al asesino, se dijo. Ya tenemos
sus ondas cerebrales, cuyo trazado es personalísimo; su
voz característica; conocemos su peso, tenemos cabellos
de su cabeza, una gota de sangre... aunque resulta
bastante raro que de repente y sin causa alguna dejase
caer una gota en el centro mismo de la habitación: sólo
una, y nada más.
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