Page 250 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   250


           equipo de robots había descubierto, la pista de huellas de

           camuflaje dejada por el Gestalt‐macher.


              La  imponente  BB‐7  empezó  a  procesar  los  datos,  a

           recorrer su catálogo humano. Como Foote ya esperaba,

           una sola tarjeta perforada salió por fin por la ranura y fue


           depositada en el cestillo de alambre.

              Recogió la tarjeta y leyó el nombre mecanografiado en

           ella.


              Su premonición había sido acertada. Después de dar las

           gracias a los amables técnicos rusos, subió por una rampa

           hasta donde había dejado aparcado a su volador.


              La tarjeta rezaba: BROSE STANTON.

              Exactamente lo que él esperaba.


              Si la máquina, el Gestalt‐macher que ahora descansaba

           a  su  lado  convertida  en  un  televisor  portátil,  hubiese

           conseguido escapar, de no haber poseído Lindblom una


           alarma,  las  pruebas  reunidas  serían  jurídicamente

           hablando definitivas y apuntarían en una sola dirección.


           Quedaría  demostrado  más  allá  de  cualquier  duda

           razonable  que  Stanton  Brose,  el  hombre  que  había

           contratado  a  Foote  para  que  investigase  el  crimen,  era


           precisamente el asesino. Pero desde luego no había sido

           Brose; el objeto que Foote tenía a su lado lo demostraba.

              A menos que él se equivocase. ¿Y si aquello no fuese un


           Gestalt‐macher? No lo sabría con seguridad, no podría

           demostrarlo hasta que consiguiese abrir la máquina para

           ver lo que contenía.




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