Page 251 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 251
Y entre tanto, mientras él y sus técnicos se esforzasen en
larga y dura lucha por abrir la máquina, Brose lo
atosigaría incesantemente por el videófono,
preguntándole qué indicaban las huellas y las pistas
encontradas en la villa de Lindblom. ¿Hacia quién
señalaban?
Foote se dijo con acre ironía: «A usted mismo, señor
Brose». Le parecía verse ya diciéndoselo: «Usted es el
asesino, y por ello abomino de usted y haré que le
detengan y le juzguen ante el Consejo de
Reconstrucción».
La idea era verdaderamente cómica.
Sin embargo, no le daba risa. Ni eso ni el pensar en el
problema que representaría el abrir aquel condenado
objeto que tenía a su lado. Era de plástico rígido,
inatacable a los taladros ordinarios e insensible a los
efectos del calor más intenso...
Y durante todo este tiempo, en el fondo de su cerebro
había un pensamiento: ¿existe un Talbot Yancy? ¿Y si
existe, cómo se explica su existencia?
No lo entendía en absoluto.
Y, sin embargo, su profesión le exigía ser capaz de hallar
el sentido de un hecho tan disparatado. ¿Quién sino él
podía hacerlo?
Entre tanto no diré nada a Brose, resolvió Foote. O le
diré sólo una parte insignificante de lo que sé.
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