Page 255 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 255
Lantano se volvió entonces para cerciorarse de que sus
robots distribuían los artículos con la mayor rapidez y
eficiencia posibles, dejando de prestar atención a
Nicholas.
‐El estaba oprimido y despreciado ‐murmuró Nicholas.
Lantano se volvió al instante para dirigirle una
penetrante mirada; sus ojos, negros y muy hundidos en
sus cuencas, parecían arder con demasiada energía, como
si la fuente que los alimentaba generase una tensión
excesiva... las llamas parecían consumir el mismo órgano
de la visión a través del cual se manifestaban, y Nicholas
sintió temor.
‐Sí, amigo. ¿Qué me había pedido? ¿Una cama para
dormir?
‐Eso mismo ‐contestó Blair con vehemencia‐. Nos faltan
camas de campaña, señor Lantano; necesitaríamos diez
más para no tener que preocuparnos, porque casi todos
los días llega más gente, como este Nick Saint‐James aquí
presente. Cada vez son más los que vienen.
‐Quizás eso se deba ‐observó Lantano‐ a que el engaño
ya no puede mantenerse por más tiempo. Quizá se
cometen errores. Por ejemplo, una débil señal de video
que interfiere la emisión... ¿es por eso que salió usted,
Nick?
‐No ‐contestó Nicholas‐. He subido en busca de un
páncreas. Tengo veinte mil dólares para pagarlo.
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