Page 254 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   254


           tono rojo oscuro. Pero inmediatamente Nicholas se dio

           cuenta de que aquel color no le venía de las quemaduras


           de la radiación.

              Y mientras Lantano avanzaba por el sótano, entre los

           jergones, inclinándose hacia los que estaban tendidos en


           ellos,  salvando  de  una  zancada  las  pilas  de  bártulos

           miserables  y  distribuyendo  sonrisas,  Nicholas  pensó:

           «Santo  Dios,  cuando  apareció en  la entrada  parecía  un


           viejo arrugado y reseco; en cambio ahora, más de cerca,

           Lantano  parece  un  hombre  de  media  edad;  el  aura  de

           vejez  habrá  sido  una  ilusión  causada  por  la  apariencia


           enjuta de ese hombre y su manera envarada de caminar;

           anda como si estuviera delicado o temiese lesionarse».


              Acercándose a él, Nicholas le saludó con estas palabras:

              ‐Oiga, señor Lantano.

              El hombre seguido por su séquito de robots, entregados


           ya  a  la  tarea  de  abrir  los  paquetes  y  distribuir  su

           contenido, se detuvo para mirar a Nicholas.


              ‐¿Diga? ‐repuso, con una leve y cansada sonrisa.

              Blair tiró a Nicholas de la manga.

              ‐No  le  entretengas  mucho  tiempo:  recuerda  que  está


           enfermo de la radiación. Tiene que volver a su villa para

           descansar ‐dirigiéndose al hombre moreno, Blair agregó‐

           : ¿No es así, señor Lantano?


              El hombre moreno asintió sin dejar de mirar a Nicholas.

              ‐Sí,  señor  Blair.  Estoy  enfermo.  Si  no  lo  estuviera,

           vendría a visitarles más a menudo.




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