Page 256 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   256


              Rebuscó  los  restos  de  su  chaqueta,  destrozada  por  el

           robot. Pero su cartera había desaparecido. Debió caérsele


           cuando el robot lo agarró, o cuando se lo llevó a rastras, o

           durante las horas de marcha... era imposible saberlo. Se

           quedó allí en pie, sin nada que ofrecer y sin saber qué


           hacer ni qué decir; se limitó a mirar a Lantano en silencio.

              Al cabo de un rato, Lantano dijo:

              ‐De todos modos, no habría podido conseguírselo, Nick.


              Hablaba  en  voz  baja,  pero  compasiva.  ¡Y  sus  ojos!

           Seguían ardiendo. Seguían dominados por una llama que

           no era meramente vital, sino arquetípica... iba más allá del


           individuo, del simple animal‐hombre. Sacaba su energía

           de  una  fuente  desconocida;  Nicholas  no  sabía  cuál


           pudiera ser, ni lo entendía; era algo insólito para él.

              ‐Como  te  decía ‐le  observó  Blair‐  ese  Brose  los  tiene

           todos...


              Lantano continuó:

              ‐No ha citado las palabras exactas. «Él fue despreciado


           y rechazado por los hombres». Así es la frase. ¿Se refería

           a  mí? ‐señaló  a  su  séquito  de  robots,  que  ya  habían

           terminado la distribución de los víveres‐. No me van tan


           mal las cosas, Nick; poseo cuarenta robots, que no está

           mal para empezar. Sobre todo si se tiene en cuenta que

           jurídicamente esto se considera aún una zona radioactiva


           y no una residencia.

              ‐Pero su color ‐dijo Nicholas‐. Y su piel...







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