Page 276 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 276
¿Qué o quién será ese Lantano?, se preguntó a
continuación.
No obtuvo respuesta.
Al menos... de momento.
Pero los años le habían enseñado a ser paciente. Era un
profesional; implantaría en la villa de Lantano un
monitor de video que tarde o temprano le facilitaría
alguna información útil, hasta que un día no demasiado
lejano surgiría el hecho clave que lo explicaría todo: las
muertes de Davidson, Hig y Lindblom, la destrucción de
los dos robots, el peculiar envejecimiento de Lantano... y
el hecho aún más extraño de que, cuando éste envejecía,
se iba pareciendo más y más a un muñeco de plástico y
metal atornillado a una mesa de roble en la ciudad de
Nueva York... ¡Ah!, pensó Foote, y también explicaría
aquel fragmento de película, tan extraño e inexplicable de
momento, que mostraba el rayo desintegrador
pulverizando a los dos robots. Ellos habían creído que era
alguien parecido a Talbot Yancy.
Pero era David Lantano en un extremo de su oscilación
cronológica; estaba visto ya. El hecho clave ya había
surgido.
Pensó: «Has cometido un error capital, Brose. Has
perdido tu monopolio sobre el archivo de armas
avanzadas. Alguien se ha apoderado de la máquina para
viajar por el tiempo y la está empleando para destruirte.
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