Page 284 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 284
Desde el largo diván de hierro forjado tapizado en
espuma de goma donde estaba sentada con los dos niños,
Isabella Lantano dijo:
‐Tiene usted razón, señor Saint‐James; no le contestará,
aunque lo sabe.
La mirada de sus enormes ojos, potente y penetrante, se
fijó entonces en su marido. Cambió con David Lantano
una significativa mirada, en silencio; Nicholas,
sintiéndose excluido, se puso en pie y empezó a pasear
por el salón de techo alto cruzado por vigas. Caminaba al
azar, sintiéndose tremendamente desvalido.
‐Bebe algo ‐le dijo Lantano‐. Hay Tequila. Trajimos una
buena provisión de Ciudad de México. Abecameca. ‐Y
agregó‐: Por aquel tiempo fui a hablar ante el Consejo de
Reconstrucción para comprobar, con gran satisfacción
por mi parte, su profunda falta de interés frente a todo.
‐¿Qué es ese Consejo? ‐le preguntó Nicholas.
‐El Tribunal Supremo de este mundo, que es nuestro
único mundo.
‐¿Y qué esperabas obtener de ellos? ‐insistió Nicholas‐.
¿Una decisión, una sentencia acaso?
Después de un largo intervalo Lantano dijo, con
laconismo:
‐Un veredicto sobre una cuestión del todo teórica: sobre
cuál era la situación jurídica del Protector respecto a la
Agencia y también frente al General Holt y el Mariscal
Harenzany. Y asimismo... ‐se interrumpió cuando entró
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