Page 286 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
P. 286
La penúltima verdad Philip K. Dick 286
‐Ese sujeto es digno de cierta consideración. Acaso te
parezca interesante al menos. Su trabajo le provoca
conflictos íntimos. Pero... ‐Lantano hizo un gesto tajante;
el asunto ya estaba zanjado para él‐. Va tirando. Durante
sus dudas y después de ellas. Las tiene pero... va tirando.
La voz de Lantano se apagó y de nuevo, de manera
súbita, apareció el rostro viejo y arrugado, aún más viejo
que antes. Aquel no era el rostro de un hombre maduro;
era el que había vislumbrado Nicholas cuando Lantano
entró en el sótano de Cheyenne, aunque entonces lo vio
sólo fugazmente. Era como una ilusión creada por las
llamas de la chimenea. Con todo, supo y comprendió que
era real, y cuando dirigió la mirada a la mujer y a los dos
hijos de Lantano, los tres le causaron una impresión
parecida. Por el rabillo del ojo vio como si también se
desvaneciesen... sólo que en los dos niños fue más como
un crecimiento, un aumento de madurez y vigor; súbita y
temporalmente le parecieron adultos. Y luego aquello
pasó también.
Pero él lo había visto. Había visto a los niños como...
adolescentes, y a la señora Lantano con los cabellos grises
y dando cabezadas, amodorrada por una somnolencia
intemporal; la hibernación, que era una conservación de
facultades anteriores, la abandonaba.
‐Aquí vienen ‐dijo Isabella Lantano.
Un grupo de robots penetró en el salón caminando con
gran estrépito, y se detuvo; rodeaban a cuatro seres
286

