Page 287 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 287
humanos, que se deslizaron entre ellos para salir fuera de
la muralla protectora, mirando a su alrededor con aspecto
cauteloso y profesional. Y luego apareció tras ellos un
hombre asustado y solitario. Era Joseph Adams, se dijo
Nicholas; Joseph Adams, que temblaba de aprensión,
como si estuviera interiormente vacío y fuese ya víctima
de una fuerza que le empapaba como un líquido, que se
infiltraba por todas partes para inocular la muerte.
‐Gracias ‐dijo Adams en voz ronca a Lantano‐. Me
quedaré poco tiempo. Yo era buen amigo de Verne
Lindblom; trabajábamos juntos. Su muerte... me
preocupa más que mi propia seguridad. ‐Señaló con un
ademán al grupo de robots y luego a los comandos
humanos que lo protegían y que formaban su doble
escudo‐. Lo peor ha sido la impresión de su muerte. Ya
sabe que yo llevo una vida muy solitaria. ‐Se sentó
tembloroso junto al fuego, no muy lejos de Lantano; miró
a Isabella y a los dos niños, y luego a Nicholas, con
expresión ausente y azorada‐. Fui a su casa de
Pennsylvania. Sus robots me conocen, porque él y yo
solíamos jugar al ajedrez casi todas las noches. Al ver que
era yo, me dejaron entrar.
‐¿Y qué encontró usted? ‐le preguntó Lantano en tono
extrañamente áspero; a Nicholas le sorprendió la
animosidad que denotaba su voz.
Entonces Adams agregó:
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