Page 316 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 316
empezó, a él mismo. A quienquiera que fuese «necesario»
eliminar, para hablar en los propios términos de Lantano.
‐Ese adjetivo; se dijo Foote es el favorito de, cuantos
sienten ansias de poder. La «necesidad» que sentían era
de orden interno, y consistía en satisfacer su ambición.
Brose conocía esa necesidad: Lantano también, lo mismo
que muchos hombres de Yance y otros que aún no habían
llegado a serlo. Cientos, por no decir miles de comisarios
políticos en los tanques subterráneos, pensó Foote, están
gobernando como auténticos tiranuelos gracias a su
vínculo con la superficie, y porque poseen la gnosis, el
conocimiento secreto del estado de cosas aquí arriba.
Pero en el caso de este hombre, la ambición ha abarcado
varios siglos.
¿Quién es, pues, el más peligroso? se preguntó Foote
mientras seguía a Lantano hasta el volador ultrarrápido
que les esperaba. ¿El hombre de seiscientos años llamado
Lantano/Yancy/Veloz Pluma Roja, o cualquiera que fuese
su nombre cheroquee originario, que en la fase de
decrepitud de su ciclo sería idéntico a una mesa de roble...
un maniquí que, para asombró y el pánico de muchos
miembros de la Agencia y muchos latifundistas, se
levantará de repente y se pondrá a caminar convertido en
un ser real?... Eso, o la dictadura de un ser monstruoso, y
senil escondido en Ginebra; donde maquina planes
encaminados a reforzar y ampliar los diques que
salvaguardan su existencia. ¿Cómo puede un hombre en
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