Page 324 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 324
No las llevaba consigo; estaban todas en Londres o
distribuidas por las delegaciones que tenía la empresa en
todo el mundo.
‐Entonces, será mejor que nos quedemos aquí a esperar
‐dijo Lantano contrariado, pero resignándose frente a la
realidad de los hechos.
Tenían que esperar a Adams; no sólo para tener el
encefalograma de Stanton Brose que permitiría disponer
el arma, sino pura y simplemente para poder entrar en el
despacho, a donde el gordo y caduco Brose acudiría sin
duda a primera hora de la mañana siguiente,
adelantándose a su propio dueño. Fuera de Ginebra,
aquel despacho era uno de los pocos lugares dónde se
sentía seguro, al parecer. Y atacarle en Ginebra era
imposible; si tenían que alterar sus planes para tratar de
liquidar a Brose en otro sitio, ya podían darse por
muertos.
Conque esperaron.
‐Vamos a suponer ‐dijo Foote de pronto‐ que Adams
cambia de opinión y no viene.
Lantano le fulminó con la mirada.
‐Vendrá, hombre. Ya lo verá.
Sus negros y profundos ojos parecían echar veneno ante
la simple mención de aquella posibilidad.
‐Esperaré exactamente quince minutos a partir de ahora
‐dijo Foote, flemático e imperturbable, y sin intimidarse
ante aquella furiosa mirada‐ y después me iré.
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