Page 327 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   327


              ‐Está usted citado en su despacho con los señores Foote

           y Lantano ‐replicó el agente‐. No puede usted faltar a esa


           cita.

              Joseph Adams llevaba en torno a su muñeca izquierda

           un  hilillo  áureo  similar  a  una  alarma  de  muerte.  Se  lo


           había puesto después del asesinato de Verne Lindblom,

           pero  en  realidad  era  un  aparato  de  alarma  que  le

           conectaba  por  microondas  con  su  séquito  de  robots,


           apretujados junto a él en el gigantesco volador. Debatió

           en su interior qué ocurriría si lanzase la señal: ¿le mataría

           primero el comando de Foote, que era un hombre curtido


           y experimentado, o bien sus robots, todos ellos veteranos

           de  guerra,  tendrían  tiempo  de  liquidar  a  los  cuatro


           agentes?

              Cuestión verdaderamente interesante.

              Y  más  teniendo  en  cuenta  qué  dependía  de  ella  su


           propia vida.

              Aunque...  ¿por  qué  no  ir  a  la  Agencia?  ¿Quién  le


           impedía hacerlo?

              El miedo que me inspira Lantano, se dijo. Lantano sabía

           demasiado, conocía demasiados detalles sobre la muerte


           de  Verne  Lindblom.  Pero  también  tengo  miedo  de

           Stanton  Brose,  pensó;  tengo  miedo  de  ambos,  pero

           conozco a Brose, y Lantano, en cambio, es una incógnita.


           Y  por  ello,  Lantano  hace  surgir  en  mi  interior  una

           cantidad  mayor  de  esa  terrible  niebla  gris  que  todo  lo

           devora  y  lo  inunda,  chupándome  la  vida...  y  eso  que,




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