Page 66 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 66
Cuando Brose revisaba las bandas sonoras con los
discursos de Yancy, no los oía, por supuesto; lo horrible
del caso, o así se lo parecía a Adams, era que aquel obeso
organismo medio muerto captaba la banda sonora por
medio de electrodos hábilmente implantados, en realidad
injertados hacía años en la sección correspondiente de su
viejo cerebro... el único órgano que aún pertenecía
originalmente a Brose, pues lo demás era sólo una serie
de piezas de plástico de la Arti‐Gan Corporation,
complejas e infalibles (antes de la guerra aquella empresa
garantizaba orgullosamente sus productos por toda la
vida; y en la industria de los artiforgs, el significado de la
palabra «por toda la vida», es decir, si ese término se
aplicaba a la vida del objeto o de su propietario, era algo
deliciosamente evidente); recambios infalibles que los
hombres inferiores, los hombres de Yance en su conjunto,
tenían derecho a poseer, nominal y oficialmente... pues
legalmente, mientras siguieran almacenados en los
grandes depósitos subterráneos emplazados bajo Estes
Park, los artiforgs pertenecían a los hombres de Yance y
no únicamente a Brose.
Pero en la realidad las cosas eran muy distintas. Porque
si fallaba un riñón... como le ocurrió a Shelby Lane, cuya
finca de Oregon había visitado Adams con frecuencia, no
hubo ningún riñón artiforg disponible, cuando todo el
mundo sabía que aún quedaban tres en el almacén.
Acostado en su lecho del gran dormitorio de su lujosa
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