Page 75 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 75
Agitó sus brazos semejantes a pseudópodos hasta que
consiguió sacar un paquete de algún escondrijo de su
inmensa persona; extendió los documentos sobre la mesa
como si fuesen un rollo de muestra para empapelar.
Adams vio unos dibujos meticulosamente realizados,
verdaderamente magníficos. Le parecía contemplar un
rollo de seda oriental con pinturas de... ¿del futuro?
Fijándose más, vio que los objetos representados no
eran... naturales. Extraños cañones llenos de botones y
manecillas absurdamente colocados, aparatos
electrónicos que, como intuyó por experiencia, no servían
para nada.
‐No lo entiendo ‐dijo.
‐Representa unos artefactos ‐le explicó Brose‐ que el
señor Lindblom construirá; para su gran talento de
artesano, esto no representará dificultad alguna.
‐Pero ¿para qué sirven?
Y de pronto, Adams comprendió. Eran falsas armas
secretas. Y no solamente eso; a medida que las gordas
manos de Brose fueron desplegando los planos, vio más
cosas en ellos.
Cráneos. Algunos eran de Homo Sapiens. Otros no.
‐Todo eso ‐dijo Brose‐ tiene que construirlo Lindblom.
Pero antes tenemos que consultar con usted. Porque, con
anterioridad a su descubrimiento...
‐¿Su descubrimiento?
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