Page 72 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
P. 72

La penúltima verdad                           Philip K. Dick   72


              ‐Sí ‐repuso  Adams  con  lentitud‐,  ya  sé  que  estarían

           muertos;  estarían  reducidos  a  cenizas,  que  los  robots


           emplearían  para  hacer  mortero.  Lo  que  pasa  es  que  a

           veces me acuerdo de la Nacional 66.

              ‐¿Qué es eso, Adams?


              ‐Una carretera que unía las ciudades.

              ‐¡Una autopista!

              ‐No, señor. Sólo era una carretera; pero dejemos eso.


              Y  sintió  un  cansancio  tan  tremendo  que  durante  una

           décima  de  segundo  pensó  que  había  sufrido  un  paro

           cardíaco  o  cualquier  otro  trastorno  físico  grave;  con


           mucha precaución, dejó de dar chupadas al pitillo y se

           sentó en la butaca para visitantes que había frente a su


           mesa,  parpadeando,  respirando  con  dificultad  y

           preguntándose qué le había pasado.

              ‐Efectivamente ‐prosiguió,  cuando  se  sintió  mejor‐.


           Conozco  a  Runcible;  ahora  estará  tomando  el  sol  en

           Ciudad del Cabo. Sé que hace verdaderos esfuerzos por


           atender adecuadamente a los habitantes de los tanques

           que suben a la superficie; sus apartamentos están dotados

           de calefacción eléctrica, cocinas automáticas, alfombrado


           de  piel  sintética  de  pared  a  pared,  televisión

           tridimensional, etcétera. Y cada grupo de diez viviendas

           cuenta con un robot para la limpieza y otros trabajos...


           ¿De qué se trata, señor Brose?

              Esperó la respuesta jadeando de miedo.

              Brose respondió:




                                                                                                              72
   67   68   69   70   71   72   73   74   75   76   77