Page 70 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 70
Recordó entonces que había dejado a sus cuatro fieles
compañeros, los robots veteranos de su séquito, en el
volador aparcado.
‐¿Me permite usted...? ‐empezó a decir, pero Brose le
atajó, no con descortesía pero sí como si no diese
importancia a sus palabras.
‐Ha surgido un proyecto nuevo de cierta importancia ‐
dijo Brose con su voz chillona y delgada‐. Le corresponde
a usted redactar la parte escrita del mismo. Consiste en lo
siguiente... ‐Brose hizo una pausa y luego sacó un enorme
y sucio pañuelo, con el que se secó la boca como si
moldease la carne de su cara y ésta fuese blanda como
pasta dentífrica y quisiera darle otra forma‐. En este
proyecto no se autorizarán documentos escritos ni
comunicaciones por ningún canal; no debe quedar
ninguna constancia de él. Solamente habrá órdenes orales
cara a cara entre quienes deban llevarlo a término, que
seremos yo, usted y Lindblom, el constructor de los
artefactos.
Vaya, pensó Adams, lleno de íntimo gozo. Webster
Foote Limited, la agencia de detectives de Londres, una
empresa privada cuyas actividades abarcaban todo el
planeta, ya había olfateado y descubierto lo que se
tramaba; pese a sus medidas de seguridad,
evidentemente propias de un psicópata, Brose había
perdido la partida antes de empezar. Nada podía
complacer más a Adams; notó que sus náuseas se
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