Page 74 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 74
Y se quedó mirando fijamente a Brose, pensando que no
podía ser verdad. Runcible fue el primero en llegar
porque a nadie le interesaba aquélla región como para
molestarse en averiguar sus índices de radiactividad;
nadie contrató a Webster Foote para que los
investigadores técnicos de dicha empresa informasen
sobre la importancia de aquel lugar caliente. Runcible lo
obtuvo porque no interesaba a nadie. «Así que no trates
de engañarme», se dijo. Y entonces sintió odio hacia
Brose; la náusea se le había pasado, sustituida por una
emoción auténtica.
Sin duda Brose leyó algo de esto en la cara de Adams.
‐Sí, confieso que esas tierras no valen nada ‐admitió
Brose‐, con guerra o sin ella.
‐Si quiere que yo me encargue de los textos ‐dijo Adams,
y casi le sacó de quicio verse enfrentado a Brose, cara a
cara‐, será mejor que me diga la verdad. Lo cierto es que
no me encuentro muy bien. He pasado toda la noche en
vela, escribiendo un discurso... a mano. Y la niebla me
molestaba. No puedo soportar la niebla; he cometido un
error al instalar mi residencia en la costa del Pacífico, al
sur de San Francisco. Debí establecerme en San Diego.
Brose replicó:
‐Muy bien, se lo diré. Tiene usted razón: esas
extensiones yermas en la antigua frontera de Utah con
Arizona no nos interesan en absoluto... no interesarían a
ningún hombre de Yance. Pero mire esto.
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